(VISITA) MUDÉJAR SEVILLANO : SAN
ISIDORO DEL CAMPO / ATRIUM / (Guía María) FICHA ATRIUM Tras el proceso de
conquista y asentamiento del poder político cristiano, superada la rebelión de
1264, se desarrolla plenamente el estilo mudéjar como síntesis cultural. Se
combinan las técnicas islámicas de construcción con la funcionalidad del
gótico. Basándose en los ensayos acometidos entre 1249 y 1260 se consolida y
extiende ahora el modelo de iglesia y de casa señorial, si bien aparecen
algunas novedades, como el empleo del pilar ochavado, sobre todo en las naves
de los templos y en los patios, siendo el ejemplo más antiguo el del claustro
de San Isidoro del Campo. También son originales de este momento las portadas
de ladrillo agramilado, tallado y bícromo, que sustituyen a las antiguas de
piedra, siendo un hito importante la que da acceso a la iglesia que hoy
visitamos, precedente de la conventual de Santa Paula, posiblemente la mejor de
todo el mudéjar andaluz. La arquitectura del conjunto monacal de San Isidoro
del Campo se puede considerar como un capítulo tardío de lo que Diego Angulo
denominó iglesias-fortaleza, que se diferencian del tipo parroquial por la
inclusión de elementos propios de las construcciones castrenses. Esta variante
se extiende gracias a la orden cisterciense (encargada por la corona de
custodiar territorios de frontera) y es constatable en Sevilla desde los años
inmediatos a la reconquista (recuérdese el ábside almenado de santa Marina).
Pero no será hasta 1280, con la edificación de la parroquia de santa Ana en
Triana, cuando se perfilen sus rasgos distintivos. En San Isidoro del Campo se
intensifica el acento militar de la parroquia trianera, pues no sólo mantiene
la cornisa almenada y el uso defensivo de las cubiertas de aquella sino que
además introduce nuevos dispositivos llamados a defenderla de un posible
asedio, como los intimidatorios matacanes que coronan las cabeceras de sus dos
iglesias. Fundado por Alonso Pérez de Guzmán y María Alonso Coronel en 1301,
sobre los terrenos donde según la tradición fueron encontrados los restos de
San Isidoro antes de ser trasladados a León, el monasterio alberga en su
interior un rico patrimonio testimonio de sus más de 700 años de historia. Tras
la desamortización de Mendizábal de 1835 y la expulsión de la comunidad
jerónima comienza un triste periodo de abandono que provocó la ruina de parte
del conjunto. Sus excepcionales valores patrimoniales motivaron la apuesta
decidida por parte de la Consejería de Cultura para su rehabilitación y tras un
intenso periodo de reformas fue posible recuperar el núcleo medieval. De entre
los elementos mudéjares del recinto referimos en primer lugar el patio de los
Naranjos (nº 1 del plano), espacio abierto que funcionaba a modo de compás y
conectaba la zona de procuraduría, botica y hospedería con la iglesia. En
origen fue el cementerio de la comunidad cisterciense y, desde el siglo XVII,
de los vecinos de Santiponce. Desde él podemos apreciar el aspecto fortificado
de la fachada, la monumental columna extraída de Itálica en 1802 coronada con
una cruz para sacralizar el lugar o la portada que da acceso al enclave, uno de
los más bellos ejemplos del mudéjar sevillano. El segundo ámbito que llama
nuestra atención es el claustro de los Muertos (nº 3 del plano), conocido así
por servir de enterramiento de los monjes jerónimos. De fuerte impronta
islámica, destacan sus pinturas murales datadas en 1431. En la galería norte se
aprecian cubiertas con azulejería por tabla del siglo XVI. Otra estancia
adscrita a la corriente que nos ocupa es el claustro de los Evangelistas (nº 4
del plano), situado a los pies de la iglesia primitiva, que conectaba los
distintos ámbitos del monasterio. También aquí sobresale su notable decoración
mural al fresco, conformada por un arrimadero en el que se alternan paños con
motivos de lacería y emblemas heráldicos como los calderos de los Guzmanes y
dos calamares que conformaban el emblema personal del segundo conde de Niebla.
Por último referimos la sala Capitular (nº 9 del plano). En el siglo XV se
decoró con pinturas al fresco, destacando el arrimadero con escenas de la vida
de San Jerónimo que alterna con paños en los que se desarrolla una espléndida
decoración estrellada de raigambre islámica.
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