FICHAS ATRIUM
San Leandro. Cronología: 1655. Autores: Murillo. Hace
pareja con un lienzo de las mismas proporciones situado en el frente opuesto de
la sacristía. Ambos cuadros, situados a notable altura, se contemplan a una
distancia considerable. Por eso, aparecen de cuerpo entero, a tamaño algo
superior del natural y ocupando la mayor parte del espacio pictórico. Sus
amplias vestimentas resaltan el volumen de sus figuras. Todo lo representado se
observa di sotto in su, de abajo a arriba. Con ello Murillo adapta sus cuadros
al lugar, adecúa sus proporciones al formato del marco arquitectónico en que se
integra y pone la deseada nota de color a la piedra blanquecina de este recinto
eclesiástico. El maestro opta en esta pintura por mostrar el carácter
batallador de san Leandro en su lucha contra el arrianismo. Sedente en un
interior, aparece de tres cuartos y revestido de medio pontifical. Luce, pues,
alba, estola y capa pluvial. Se toca con mitra a juego, de su pecho pende la
cruz pectoral y, con la diestra, empuña sin vacilar el báculo. Con ambas manos
muestra un pliego de pergamino con una leyenda latina, que traducida dice así:
“Creed, godos, que [el Verbo] es consubstancial al Padre”. El santo clava sus
ojos en el espectador mientras enseña el texto admonitorio contra los herejes
arrianos. Murillo ha sabido traducir el sentimiento y la pasión de ese gesto,
que revela la disposición emprendedora y resolutiva del personaje en su lucha
religiosa. Se dice que para su rostro tomó los rasgos del licenciado Alonso de
Herrera, entonces apuntador de coro.
Bautismo de Cristo. Cronología: 1668. Autores: Murillo.
Presidiendo la capilla de san Antonio encontramos la Visión de San Antonio,
obra de Murillo de 1656. Sobre dicha pintura se halla esta espléndida obra del
Bautismo de Cristo, encargada por el cabildo a finales de 1667 y finalizada un
año después, en 1668. La escena se desarrolla a orillas del Jordán y Murillo
representa el momento en que, al ser bautizado Jesús por Juan, se abre el cielo
y desciende el Espíritu Santo. El autor consigue expresar esta irrupción del
cielo en la tierra, ya que la gloria celestial parece inundar el paisaje de una
bella luz dorada, la luz de Dios. El centro del cuadro lo ocupa la figura de
Cristo en eje vertical con la paloma del Espíritu Santo. Hay que destacar que
logra plasmar las emociones y sentimientos de los dos personajes principales:
la humildad del Hijo de Dios y la conciencia de Juan de saber que está ante el
que no merece ni desatarle la sandalia. A la izquierda de la composición
sobrevuelan dos ángeles que sostienen la túnica de Jesús. Como señala Juan
Miguel González estamos ante una obra de excepcional calidad técnica como
demuestra la soltura y energía en el uso del pincel, lo que hace que esta
versión sea muy superior a la que realizara en 1655 para el convento de san
Leandro de Sevilla, hoy en la Gemäldegalerie de Berlín. Diversos estudiosos
resaltan la influencia que Murillo toma de Van Dyck para esta pintura, así como
de Rubens y de la escuela veneciana, que pudo conocer durante su estancia en la
Corte.
Santas Justa y Rufina. Cronología: 1668. Autores: Murillo. En
1667 los canónigos de la catedral de Sevilla encargaron a Murillo la decoración
de la sala capitular, lugar de gobierno y de discusión de las gestiones
económicas del templo. Los capitulares quisieron que este espacio, dedicado a
las deliberaciones materiales, estuviera presidido por la Virgen Inmaculada y
por los principales santos de Sevilla –san Pío, san Isidoro, san Leandro, san
Fernando y las santas Justa y Rufina–, presentados como ejemplo de dignidad
espiritual, energía moral, sabiduría y sacrificio. Entre todos los tondos
quizás sea la imagen de Santa Justa (foto inferior) la que muestre unos datos
descriptivos más cercanos del aspecto de la mujer sevillana. Este naturalismo
también se manifiesta en todas las figuras del conjunto. Con respecto a la
Inmaculada que preside la estancia quizás se trate de la mejor versión que
sobre este tema realizó el artista sevillano. Pintada sobre tabla, está situada
a la altura de los óculos que dan luz a la elíptica sala. El conjunto es el
primer encargo que el cabildo le encomienda a Murillo, pues las pinturas antes
citadas habían sido realizadas para particulares que las donaron al templo. Era
un contrato de gran importancia por la fama de los artistas que con
anterioridad habían intervenido en este ámbito.
San Fernando Cronología: h. 1671. Autores: Murillo. En
1678, el racionero Bartolomé Pérez Ortiz, primo hermano de Murillo, indicó en
su testamento que esta obra fuera donada a la catedral y colocada en su
sacristía mayor. Sin embargo, se colocó en la biblioteca catedralicia, donde
permaneció hasta el último cuarto del siglo XX. Murillo realizaría este lienzo
a raíz de la canonización de san Fernando, aprobada por Clemente X el 4 de
febrero de 1671. Es de imaginar que, como hombre piadoso de su tiempo, el artista
debió sentir la alegría común del pueblo sevillano por la ansiada elevación
oficial a los altares del monarca que restauró el cristianismo en la ciudad.
Las aportaciones de Murillo a la pintura fernandina son decisivas para entender
el desarrollo de su iconografía. Ésta es, sin duda, la mejor de todas las
conservadas. La imagen de san Fernando emerge de un fondo neutro de tono
oscuro. Se representa de algo más de medio cuerpo. Como guerrero, luce
indumento militar a la moda de los Austrias del siglo XVII, y como soberano
porta encima el manto regio en forma de capa. En la diestra empuña una espada,
atributo de realeza y con la izquierda sostiene un orbe, símbolo de poder que
alude a su soberanía sobre el mundo. Completan el atuendo un medallón dorado
con la Virgen de los Reyes que le cuelga del cuello y la corona que remata su
cabeza nimbada. El Rey Santo, en actitud contemplativa, eleva su mirada hacia
las alturas, manifestando su semblante una intensa y emotiva expresión. Se dice
que el cabildo honró al pintor con el privilegio de pasar una noche entera
junto a la urna abierta del monarca, para que así se inspirase, aunque parece
que la momia no le insufló ninguna idea, pues se sabe que para realizar la obra
se contrató posteriormente un modelo joven y apuesto.
Apoteosis de san Francisco. Cronología: H. 1656. Autores: Herrera
el Mozo. Herrera el Mozo fue uno de los grandes talentos del arte barroco en
España, dado que ejerció como pintor, arquitecto, grabador y escenógrafo. La
Apoteosis de San Francisco es una pintura colosal por su concepción y
ejecución, que preside el retablo ejecutado por Bernardo Simón de Pineda para
la capilla dedicada a este santo en la catedral. La escena, enmarcada por el
dinámico marco, ensalza la personalidad de Francisco de Asís y recuerda
directamente la obra Triunfo de San Hermenegildo, también de Herrera y
conservada en el museo del Prado. El santo extasiado y arrodillado en un trono
de nubes, sostenido por ángeles que portan en su homenaje los símbolos de su
estigmatización, abre sus brazos para ingresar en la gloria celestial y su
emocionado rostro refleja la trascendencia espiritual del momento. El lienzo
muestra la evolución figurativa del autor y su conocimiento de la pintura
barroca italiana y de la energía plástica de Rubens, que plasmó teatralmente en
el apoteósico triunfo del santo y en la perplejidad del lego franciscano,
deslumbrado y tendido en la parte baja ante el efecto de ascenso vertiginoso
del poverello, impulsado por los ángeles. También destaca la luz y el brillante
del colorido del plano celestial.
Triunfo de la eucaristía. Cronología: 1656. Autores: Herrera el
Mozo. Fue Herrera sin duda el artista que más impulsó el proceso pictórico
hispano hacia la plasmación de formas plenamente barrocas, aparatosas y
dinámicas. En Italia se dedicó a perfeccionar sus conocimientos artísticos
estudiando a los maestros del pasado y también a los grandes pintores del
momento que destacaban en el barroco romano. A su regreso de Italia trabajó en
Sevilla, pudiendo llegar a fundar en 1660 junto con Murillo una academia de
pintura, de la cual fue primer presidente. Sin embargo, decidió instalarse en
la corte madrileña, donde sin duda alguna tuvo la pretensión de ser nombrado
pintor del rey, cargo que terminó obteniendo y que compaginó con el de maestro
de las obras reales. Su personalidad humana, según lo retrata Palomino, que lo
conoció, era singular: vanidoso y altivo, y de vivaz y mordaz ingenio,
«satírico y diabólico». Su influencia fue decisiva en el desarrollo de la
pintura sevillana, sobre todo en el propio Murillo. Esta pintura regresó a
Sevilla en el año 2015 tras su restauración en el Museo del Prado. Se trata de
una de las obras capitales en la producción de este artista. La pintura fue un
encargo que la hermandad sacramental de la parroquia del Sagrario de la catedral
hizo al artista en 1656 para presidir la sacristía de dicha iglesia. El
vibrante tratamiento de la luz, con las figuras de los padres y doctores de la
Iglesia situadas en el primer término y de espaldas, recortadas a contraluz
frente al ostensorio, y el dinamismo compositivo, así como las figuras casi
transparentes de los ángeles, tuvieron inmediata repercusión en la escuela
sevillana.
San Lázaro, santa Marta y santa María Magdalena. Cronología: 1657-1658. Autores: Valdés
Leal. Autor contemporáneo de Murillo y con frecuencia comparado con él, aunque
mantengan un lenguaje técnico distinto. Junto a otros, fundó la Academia de
Pintura en 1660, que dirigió tras Murillo. Ingresó en la hermandad de la Santa
Caridad, donde pintó las célebres Postrimerías y La Exaltación de la Cruz,
lienzos donde la oratoria barroca queda al servicio de la fe. Artista versátil
en la aplicación del color, sus dotes como dibujante, escenógrafo y grabador
dejaron profunda huella en las fiestas realizadas en la catedral de Sevilla con
motivo de la canonización de san Fernando en 1671. Hijo de Fernando de Nisa,
natural de Portugal, cuyo oficio se desconoce, y de Antonia Valdés, sevillana,
fue bautizado el 4 de mayo de 1622 en la parroquia de san Esteban de Sevilla.
Se ignoran las circunstancias de su formación y el momento en que se trasladó
con su familia a Córdoba, pero es posible que lo hiciese tras completar el aprendizaje
del oficio, lo que en opinión de Alfonso Pérez Sánchez podría haber tenido
lugar en el taller de Francisco de Herrera el Viejo y completarse ya en Córdoba
en el de Antonio del Castillo, cuya influencia se advierte en sus obras
tempranas. En 1649, año de la peste, abandonó Córdoba y no reaparecerá
documentalmente hasta un año después, cuando en diciembre de 1650 arriende unas
casas en la parroquia de Ómnium Sanctorum de Sevilla. La obra que comentamos es
de notoria calidad y empeño, ejecutada con vibrante pincelada, espléndido
colorido y un marcado ímpetu barroco que muestra intensos y arrebatados
sentimientos espirituales en la expresión de los personajes, posiblemente
retratos tomados del natural. De este mismo año es el lienzo Los desposorios de
la Virgen con San José, también conservado en la catedral, donde se acusa la
influencia de Herrera el Mozo.
Liberación de san Pedro. Cronología: H. 1657-1659. Autores:
Valdés Leal. San Pedro liberado por el Ángel es obra de excepcional calidad
donde el color y la pincelada canalizan el acertado contraste lumínico de la
estancia, potencian la expresividad narrativa y la emotividad de los
personajes. La oscura mazmorra se llena de luz por la entrada del Ángel, cuyo
ímpetu y presencia infunde vitalidad al apóstol, que contrasta con la actitud
de los guardianes dormidos en la penumbra de la prisión. La monumentalidad de
la figura del Ángel con sus alas desplegadas y sus finas ropas revoloteando
transmite la fuerza necesaria a san Pedro, cuyo rostro refleja con claridad,
entre gestos de duda y asombro, la emoción de un anciano cuando recibe el
ánimo, la energía y el apoyo para continuar, para encontrar la luz y superar la
desesperanza. La obra llegó a la catedral a comienzos del siglo XX en un
precario estado de conservación por lo que ha tenido que ser restaurada en
varias ocasiones en los últimos cien años
Imposición de la casulla a san Ildefonso. Cronología: 1661. Autores: Valdés
Leal. La composición de esta pintura muestra el característico sentido de
movimiento y aparato propio de Valdés y en ella se advierte que el rostro del
santo pudiera ser un retrato, casi con toda seguridad de un canónigo de la
catedral. Se ubica en la capilla de san Francisco, sobre el gran lienzo
realizado algunos años antes por Herrera el Mozo con el tema de la apoteosis
del santo de Asís. A partir de 1680, la salud de Valdés Leal se debilitó
notablemente pero, pese a ello, como quiera que su situación económica nunca
había sido boyante, hubo de ocuparse de trabajos que suponían grandes esfuerzos
físicos, como la realización de las decoraciones murales de las iglesias del
hospital de Venerables y el convento de san Clemente, siempre subido a altos
andamios (recuérdese que Murillo murió precisamente por caerse de una de estas
estructuras, noticia que debió afectar el ánimo de otros artistas, entre ellos
el del propio Valdés Leal). A partir de 1689, su hijo Lucas fue sustituyéndole
paulatinamente en este tipo de trabajos, y finalmente, después de un ataque de
apoplejía, en octubre de 1690, tuvo lugar su fallecimiento
Martirio de san Lorenzo. Cronología: 1663. Autores: Valdés Leal.
Una interesante representación pictórica de san Lorenzo la encontramos en el
ático del retablo de la capilla de Santiago, dónde se exhibe el lienzo El
martirio de san Lorenzo. En primer término aparece el santo revestido de las
ropas propias de su condición de diácono, elevando su mirada al cielo en
actitud expectante. Junto a él, la parrilla, símbolo de su martirio, y dos
figuras de pequeños ángeles que sostienen una palma, representación de su
condición de mártir, mientras un tercero lo corona de laurel, símbolo de su
victoria gloriosa sobre la muerte. En un plano posterior y a menor escala se
plasma su martirio. Este lienzo se sitúa sobre el gran cuadro de Santiago
matamoros realizado en 1609 por Juan de Roelas para la capilla del mismo
nombre. La obra de Valdés puede fecharse en torno a 1663, teniendo en cuenta
que en este año se hicieron las molduras que enmarcan el lienzo principal del
retablo.