Alonso Morgado en su
Historia de Sevilla publicada en 1586, al enumerar los distintos hospitales y
centros asistenciales existentes en la urbe, se refería a este de la
Misericordia como la más sobresaliente de cuantas instituciones de caridad poblaban
la ciudad. La actividad del hospital, con sus 14.000 ducados de renta anuales,
se centraba en la dotación de doncellas pobres, facilitándoles la posibilidad
de casamiento. Siguiendo el trabajo de Paula Ermila (referido en la bibliografía)
podemos afirmar que en la Sevilla del XVII el sector poblacional de mujeres
pobres constituía el mayor porcentaje de personas necesitadas que demandaban
auxilio para poder sobrevivir. Eran varias las obras pías que se dedicaban a
esta labor aunque la desproporción entre la oferta de asistencia y la demanda
era enorme, pudiendo acceder a las ayudas sólo las mujeres de determinados
estratos sociales. Las dotes estaban compuestas de ajuar y dinero, si bien el
dinero no era imprescindible, pues un matrimonio sin dote monetaria se
consideraba aceptable, mientras que sin ajuar resultaba inconcebible. De ello
dependía además la honorabilidad de la familia, hasta de la más pobre. Las
mujeres sin recursos trabajaban desde niñas para conseguir su ajuar, pues el
estado matrimonial, más que un ideal, era una necesidad. Las dotes
diferenciaban la unión formal, social y legal de una pareja frente a las
simples uniones de hecho o amancebamientos, que quedaban al margen de la
sociedad, introduciendo a los casados en un universo de relaciones de la que
sacar las máximas ventajas posibles, permitiendo incluso borrar diferencias
sociales y virtudes perdidas por la mujer según la cantidad que se entregara en
este concepto. Las dotes de la institución que nos ocupa tenían un montante
mínimo de 50 ducados, frente a los casi 700 que mediaban entre los compromisos
de las familias hidalgas. Las mujeres del ámbito rural solían trabajar durante
10 años como criadas en una casa vinculadas a un contrato que obligaba al
empleador a pagarle una dote mínima de 50 ducados pasado este tiempo. Más del
50% de los matrimonios en la Sevilla del XVII se efectuaron a través de este
método, siendo preferido entre las muchachas casaderas el servir en casas de
presbíteros, pues solían ser más generosos en la dotación. En el hospital de la
Misericordia tenían preferencia las jóvenes que trabajaban desde niñas para la
institución, muchas veces aprendiendo diversas labores (cocina, panadería,
costura, cirugía, tratamiento de infecciosos, etc…). En ocasiones los reyes y
otros personajes buscaban el apoyo de la sociedad otorgando dotes gratuitas
(sin ninguna contraprestación), y en este sentido fueron famosas las donaciones
de Isabel I, que dejó en su testamento dos millones de maravedíes para este
fin, o de Carlos III, que dotó a 200 doncellas para celebrar el nacimiento de
su nieto en 1772. La hermandad de la Misericordia funcionó desde 1476 hasta
1836, cuando la desamortización de Mendizábal expropió los bienes que rentaban
a la institución, teniendo entonces que conformarse las juntas provinciales de
beneficencia, que en los años
sucesivos asumieron la asistencia social que hasta entonces había estado en
manos de fundaciones eclesiásticas o de particulares. Hasta este momento,
además del hospital de la Misericordia, otras dos entidades en Sevilla se habían
orientado hacia esta forma de asistencia; la hermandad de las Doncellas de la
capilla de la Anunciación de la catedral (fundada en 1521) y la hermandad de la
Vera Cruz (desde 1448), aunque ninguna alcanzó las cifras de la institución que
hoy visitamos. Las convocatorias para las ayudas eran públicas, teniendo
preferencia las cristianas viejas (estaban vetadas las conversas, moriscas,
indias, negras y mulatas), huérfanas de buena vida y fama, mayores de 18 años y
residentes en Sevilla. La Misericordia llegó a dotar en un solo año a 226
doncellas, lo que da una idea de su enorme importancia en la sociedad de los siglos
XVI, XVII y XVIII. La mayoría de las beneficiarias eran criadas a las que se
exigía haber servido un mínimo de dos años en una casa de gente honrada. Los
ajuares se exponían públicamente en la Catedral durante la mañana del Viernes
Santo antes de ser entregados a las doncellas.