FICHAS DE ATRIUM
Laude sepulcral de la familia Sepúlveda. Cronología: 1655. Autores: Juan de
Valdés Leal y Juan Donaire. Se encuentra en la capilla de la Concepción Grande.
Gonzalo Núñez de Sepúlveda, natural de Lisboa y caballero veinticuatro de la
ciudad, por merced de la generosa donación que realiza con motivo de la octava
de la Inmaculada, de la que era fiel devoto, se convierte en el patrón de esta
capilla y en su gran benefactor. En palabras de Ortiz de Zúñiga se trata de
“una de las más insignes dotaciones particulares que tiene España”. Aunque la
octava ya se celebra desde 1578, la dotación de Núñez de Sepúlveda fue decisiva
para su perpetuación y solemnidad. Don Gonzalo adquiere en propiedad una bóveda
sepulcral en la entonces conocida como capilla de San Pablo para su entierro y
el de sus descendientes, con derecho a poner sus armas y nombre donde
estimasen. El nuevo patrono puso como condición que el recinto pasara a
denominarse capilla de la Limpia y Pura Concepción de Nuestra Señora y Señor
Pablo. Al año siguiente, el 25 de noviembre de 1655 era sepultado el caballero
en la cripta de su capilla. En reconocimiento a la distinción que el cabildo
había otorgado a su marido, su viuda, Mencía de Andrade, y sus albaceas, Andrés
de Arriola, comprador de oro y plata, e Isidro Blázquez, se encargaron del conveniente
adorno y aderezo de la capilla. Así, se dispusieron sus armas, blasones y
letras según un diseño de Juan de Valdés Leal ejecutado por el maestro Juan
Donaire, que se ocupó de la obra de cantería. Igualmente patrocinaron el
imponente retablo que preside la estancia, obra del arquitecto Martín Moreno y
del escultor Alfonso Martínez y la construcción de una nueva reja, vidrieras,
alfombras y piezas de orfebrería. En 1660 la capilla quedaría enriquecida con
el lienzo encargado por los albaceas del capitán Sepúlveda al pintor Bartolomé
Esteban Murillo con el tema de la Natividad de la Virgen. La obra fue expoliada
por el mariscal Soult en 1810 y actualmente se encuentra en el museo del Louvre
de Paris, siendo unánimemente reconocida como una de las más destacadas del
artista.
Sepulcro del arzobispo don Luis de Salcedo y Azcona. Cronología: 1734. Autores: Pedro Duque
Cornejo. Situado en el paramento de la Epístola de la capilla de la Virgen de
la Antigua. La tradición de los prelados sevillanos de ser enterrados en el
panteón de la iglesia parroquial del Sagrario se interrumpe en los albores del
siglo XVIII, ya que a partir de ahora los arzobispos preferirán ubicar sus
sepulturas en distintas capillas del templo. Este es el caso de don Luis de
Salcedo y Azcona, que ocupa la mitra hispalense entre los años 1723 y 1741. Don
Luis desempeñó además un importante papel como mecenas de las artes,
encomendando muchas obras catedralicias al escultor Duque Cornejo y al pintor
Domingo Martínez. Para la capilla que nos ocupa encarga la realización del
retablo, el sepulcro que había de acoger sus restos y un importante número de
pinturas, además de la reja de plata que cierra el presbiterio, el mobiliario
(donde destacan los bancos y las puertas de carey de la sacristía) el sagrario
y otras piezas de platería. El sepulcro, al igual que el retablo, es encargado
al escultor Pedro Duque Cornejo y Roldán en 1734, tomando como modelo el del
cardenal Hurtado de Mendoza, realizado a partir de 1502 por Doménico Fancelli y
ubicado en esta misma capilla. Se configura mediante un gran arco de medio
punto, según la fórmula de los sepulcros parietales utilizados frecuentemente
en el Renacimiento. La parte escultórica se constituye por la figura yacente
del prelado, revestido con ornamentos pontificales; seis imágenes de santos
situadas entre las columnas y las jambas; las historias de la Asunción (en el
tímpano) y Anunciación, Visitación y Entierro de la Virgen (sobre la figura
yacente), más toda la ornamentación que campea en fustes columnarios,
arquivoltas, enjutas y cresterías, tratando de coordinar con el modelo de
Fancelli. Es obra en conjunto de mediana calidad, si bien los relieves de tema
mariano son finos y bien tratados; las figuras de las hornacinas laterales
están inspiradas en obras similares de las capilla de los alabastros del mismo
templo, aunque quedan muy lejos de la calidad de aquellas; destacan por su
mayor finura las de San Juan Evangelista y Santiago el Menor; otras no son
identificables por la erosión o ausencia de símbolos parlantes. La estructura
se encuentra dañada por un incendio acaecido en la capilla en 1889.
Sepulcro del cardenal don Luis de la Lastra. Cronología: 1880. Autores: Ricardo
Bellver. Se halla en la Capilla de Santa Ana. El Sepulcro es de estilo neoplateresco,
realizado en Roma en 1880, en mármol de Carrara. Fue un encargo de Juan José y
Ramón de la Lastra y Cuesta, hermanos del cardenal y de un sobrino, el Conde de
la Lastra y Cuesta. Representa al prelado arrodillado y con las manos en
posición orante. La complexión gruesa del personaje, la edad representada (unos
sesenta años), los atributos propios del cargo que se transforman en relieves y
bordados finamente tallados y la riqueza de los ropajes que viste, con sus
pliegues envueltos o marcados según cada caso, permiten a Bellver recrearse en
los pormenores y las diferentes calidades de las prendas, hasta casi plasmar
los reflejos de la tela. Completa la composición una guirnalda con volutas en
sus extremos, todo ello tratado con sencillez de línea, concediendo importancia
al claroscuro, para contrarrestar los efectos de distancia que separa la obra
del espectador. El monumento se complementa con un pedestal de mármol gris con
bajorrelieves y dos figuras de ángeles tratadas con enorme dulzura y gesto triste,
que parecen custodiar el cuerpo. Sin duda es una de las más bellas obras que
nos ha legado Bellver y su estado de conservación es excelente. Es de destacar
su adecuación al medio, entonando en el ambiente catedralicio.
Sepulcro del cardenal don Javier Cienfuegos. Cronología: 1881. Autores: Manuel
Portillo. Se halla en la capilla de la Concepción Grande. Este asturiano,
sobrino de Jovellanos, llegó a la sede hispalense en 1824 en recompensa a su
actitud conservadora durante el Trienio Liberal, pasando a convertirse en
cardenal en 1826. Su apoyo a la corona es reconocido por Fernando VII con el
cargo de Consejero de Estado y la distinción de la Orden de Carlos III. Tras la
muerte del monarca fue desterrado a Alicante, donde murió en 1847. En 1867 los
restos mortales son trasladados a Sevilla, siendo enterrados en el panteón
arzobispal. En 1879, los albaceas de Cienfuegos encargan al arquitecto Manuel
Portillo el proyecto del sepulcro, que terminó de colocarse en 1881. El
conjunto se articula como un sepulcro parietal, cobijado por un hueco existente
en el muro. Está constituido por un gran basamento sobre el que se alza el
túmulo con la escultura yacente, revestido de pontifical, descansando sus pies
y cabeza sobre cojines. En el frente del túmulo y en sendas capillas,
apreciamos las figuras escultóricas de la Fe, Esperanza y Caridad, y ángeles en
las esquinas. El diseño es de Manuel Portillo, arquitecto provincial tras la
muerte de Balbino Marrón (suya es la reforma neogótica de la fachada de Madre
de Dios) y la talla de Rafael Barrado, especializado marmolista de la Sevilla
de la época.
Sepulcro de Cristóbal Colón. Cronología: 1891. Autores: Arturo
Mélida. Situado en el transepto del lado de la Epístola, inmediato a la puerta
de San Cristóbal o del Príncipe. Sobre un podio se alzan cuatro grandes
heraldos de bronce policromado, con rostros de alabastro, representando a
Castilla, León, Navarra y Aragón, que portan el féretro con los restos del
almirante. Es obra de Arturo Mérida y Alinari, quien lo diseñó en 1891 con
destino a la catedral de la Habana; fue traído a Sevilla siete años después,
instalándose en la capilla de la Virgen de la Antigua. Se ubicó en el transepto
en 1902. Es de estilo romántico, con evidente inspiración en el gótico
borgoñón. Dado que el mausoleo fue costeado por el municipio, se hizo grabar en
el compartimento central del frente el NO&DO con la firma del autor, Arturo
Mélida, y las fechas 1891-1902. Los restos mortales del descubridor fueron
llevados desde Valladolid, lugar de su inesperado fallecimiento (mayo de 1506),
hasta el monasterio de la Cartuja de Sevilla, en donde fueron depositados el 11
de abril de 1509. Sería doña María de Toledo, viuda de Diego Colón, quien en
1544 dispuso el traslado de los restos de su suegro a la Isla de Santo Domingo,
concretamente a la capilla mayor de su iglesia catedral. Las adversas
circunstancias por las que atravesaba en aquellos momentos la familia Colón en
la isla obligaron a que esta inhumación se realizase de forma privada, casi en
secreto, añadiendo mayor misterio aún al traslado del cuerpo, cuya autenticidad
se ha venido cuestionando desde entonces. A fines del siglo XVIII estalló una
guerra abierta entre España y la República Francesa, siendo la isla de Santo
Domingo uno de los escenarios del conflicto. El mismo arzobispo de Santo
Domingo, fray Fernando Portillo, quien venía ocupándose de adecentar la tumba
de Colón, que había permanecido en un total descuido desde 1664, fue el
encargado de promover la exhumación de sus cenizas para proceder a su traslado
a la catedral de La Habana, realizado con toda clase de cautelas los días 20 y
21 de diciembre de 1795. Un siglo después, esta posesión española, la isla de
Cuba, se pierde en manos de otra potencia enemiga, los Estados Unidos, y es
entonces cuando las autoridades españolas deciden el traslado de nuevo a
Sevilla, cerrando así, de manera definitiva, el intenso peregrinar de los
restos de Colón. El 16 de enero de 1899, el comandante del navío Giralda
recibió en Cádiz los restos del famoso marino, con la orden de conducirlos río
arriba hasta la capital hispalense, en cuya catedral deben recibir sepultura
por deseo expreso del duque de Veragua, descendiente del descubridor.
Recientemente se han realizado análisis de ADN de los restos del almirante para
compararlos con los de su hijo Hernando, enterrado en el trascoro de la
catedral. La coincidencia total ha determinado la autenticidad de ambas tumbas.
Sepulcro del cardenal don Joaquín Lluch. Cronología: 1885. Autores: Agapito
Vallmitjana. Se halla en la capilla de San Laureano, a los pies de la nave de
la Epístola. Don Joaquín Lluch y Garriga regentó la cátedra de teología moral
en el seminario de Barcelona y su inquietud por los temas sociales le llevó a
fundar la Asociación de Caridad Cristiana. En 1854, con motivo de la peste
declarada en la ciudad condal, se distinguió por su heroico servicio al frente
del hospital de Santa Cruz. En 1877 fue nombrado arzobispo de Sevilla. Mientras
gobernaba esta sede fue elevado a cardenal, si bien no pudo recibir el capelo
pues le sorprendió la muerte el 23 de septiembre de 1882. El sepulcro fue
encargado al escultor catalán Agapito Vallmitjana, discípulo de Damián Campeny.
La obra de Agapito se distinguió por su especialización en monumentos y
esculturas de carácter funerario. Aparece representada la figura del prelado
revestido con capisayos episcopales y con los brazos cruzados ante el pecho,
genuflexo ante el reclinatorio y en profunda oración. En la parte baja se
dispone un podio enriquecido por escudos y angelitos en los ángulos.
Sepulcro del cardenal don Marcelo Spínola. Cronología: 1912-14. Autores: Joaquín
Bilbao. Se encuentra en la capilla de los Dolores. Don Marcelo renunció al
marquesado de Spínola y a continuar la carrera de armas de su padre, Jefe de la
Real Armada, priorizando su vocación religiosa. El 3 de Julio de 1864 cantó su
primera misa en Sevilla como clérigo secular. Sería nombrado en 1871 párroco de
San Lorenzo, donde emprendió varias restauraciones, labor que compaginó con la
fundación de varios asilos y escuelas infantiles. En 1884 fue nombrado obispo
de Coria, en 1886 de Málaga y en 1896 de Sevilla. Muere en 1906 de una hernia,
siendo sepultado en un primer momento en la cripta del Sagrario con honores de
Capitán General. Spinola fue beatificado por Juan Pablo II en 1987. Sería el
escultor Joaquín Bilbao el encargado de realizar en 1912 su sepulcro, donde
aparece revestido con capisayos episcopales, arrodillado ante el reclinatorio,
en actitud oracional. Destaca la figura sobre un fondo que remata en arco de
medio punto, donde se inscribe en bajo relieve la imagen de la Purísima. En
este relieve aparece la firma del autor de todo el conjunto.
Sepulcros de Alfonso X y Beatriz de Suabia. Cronología: 1948. Autores: Antonio
Cano Correa, Carmen Jiménez y Juan Luis Vasallo. Se hallan en los muros
laterales de la capilla Real, situados en grandes hornacinas renacentistas. En
1947, un año antes de la celebración del VII Centenario de la conquista de la
ciudad por el rey San Fernando, el canónigo Sebastián y Bandarán informa a los
poderes públicos de la necesidad urgente de reparación de las tumbas de doña
Beatriz y su hijo Alfonso X. Dos meses tardó el gobierno en responder a la
urgencia pero, solícitos, acordaron financiar las obras de reparación y la
construcción de las nuevas tumbas. Previa a la realización de los sepulcros se
llevaron a cabo las exhumaciones de madre e hijo, descubriendo el comité de
expertos presente que ambos estaban cambiados de sitio con respecto a sus
ubicaciones originales. Los escultores Antonio Cano y su esposa Carmen Jiménez,
así como el gaditano Juan Luis Vasallo, fueron los elegidos para acometer la
hechura de las efigies regias labradas en piedra (los primeros del rey y
Vasallo de la reina), financiadas por el ministerio de Educación Nacional. La
representación del monarca Alfonso X pretendía responder a una fórmula
tradicional al aparecer arrodillado, contemplando a la Virgen en un momento en
el que interrumpe la redacción de sus famosas Cantigas, cuyo códice aparece abierto
en el faldistorio delante de él. El sepulcro de la reina Beatriz debía ser
análogo al anterior pero con las armas de Suabia en el arca. Ambos orantes
tienen medidas algo mayores que el natural y poseen mascarillas y manos de
alabastro, adecuándose perfectamente a la estética plateresca de la capilla.
Sepulcro del cardenal Bueno Monreal. Cronología: 1995. Autores: José
Antonio Márquez. Se encuentra en la capilla de San José, en la nave de la
Epístola. José María Bueno Monreal fue un prelado aragonés que llega a Sevilla
en 1954 como coadjutor del cardenal Segura y, tras la muerte de éste en 1957,
se convertirá en arzobispo de la archidiócesis. Su labor en Sevilla le mereció
varias distinciones, tales como la medalla de oro de la ciudad, el doctorado
Honoris Causa por la universidad hispalense, o la gran Cruz de Isabel la
Católica en 1960. Bueno Monreal siempre estuvo muy involucrado en la protección
de los vulnerables, llegando a acoger a miembros del sindicato obrero en el
palacio arzobispal. El 4 de febrero de 1982, estando en Roma, le sobrevino una
trombosis cerebral que le privó del habla y de la movilidad de medio cuerpo.
Con setenta y cinco, en septiembre de 1979, escribió su carta de renuncia a la
sede hispalense. En mayo de 1982 fue nominado arzobispo don Carlos Amigo
Vallejo, quedando Bueno Monreal como emérito hasta su muerte en Pamplona el 20
de agosto de 1987.