jueves, 11 de abril de 2024

BARROCO SEVILLANO : EL TOREO BARROCO. PLAZA DE LA MAESTRANZA DE SEVILLA








 

ARTE BARROCO EN SEVILLA 1600-1780 FICHA 8: PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA LA TAUROMAQUIA BARROCA, EL TOREO A PIE PLANO DE LA REAL MAESTRANZA, FUENTE: https://realmaestranza.com/ El pasado histórico de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla se remonta a los días inmediatos a la conquista de la ciudad en el año 1248 por Fernando III el Santo. Los nobles que le acompañaron en tan importante gesta fundan una hermandad bajo la advocación de San Hermenegildo con el fin de adiestrarse en el manejo de las armas y las prácticas ecuestres que luego aplicarían en el combate. Dentro de estos ejercicios se generaliza el toreo a caballo, precedente del toreo a pie, que no aparecerá hasta el siglo XVIII, cuando, con la llegada de la dinastía francesa de los Borbones y las sucesivas prohibiciones que éstos implantan sobre los espectáculos de toreo a caballo (la primera de 1723), los nobles dejan de participar en las corridas, cediendo su protagonismo a los que hasta entonces habían sido sus auxiliares a pie, que pasan a protagonizar el espectáculo. Es lo que algunos historiadores han definido como “democratización de la fiesta”. Esto provocó un crecimiento de la afición entre la plebe, donde se popularizó el toreo a pie. El papel de la Real Maestranza seguirá siendo fundamental en el desarrollo de la tauromaquia por dos motivos, el primero por diseñar y construir un espacio que sirva para la evolución de este nuevo concepto de enfrentamiento entre el hombre y el animal, y, el segundo por aportar, desde sus vacadas, los toros de lidia. En un principio los toros que se utilizaban para los festejos eran los que no servían para el trabajo por su carácter indomable. Cuando el toro festivo alcanzó un valor superior al ganado de carne o labor, se empezaron a seleccionar toros exclusivamente con fines de espectáculo. Es a partir del siglo XVIII cuando aparecen las ganaderías de bravo tal como las conocemos hoy y será a finales de esta centuria cuando se organiza y ordena la lidia, interviniendo picadores, banderilleros y matadores, ordenación que debe mucho a Joaquín Rodríguez Costillares (1743-1800). La irrupción de su figura acaba con la costumbre de emplear cada matador su propio criterio para matar a la res, ya que inventa e impone el uso del volapié, y sobre todo, el empleo de la muleta para la colocación del toro de cara a esta esta suerte. Aquí comienza la muleta a ser un instrumento clave en la lidia de los toros. Fue también el primero en elegir una indumentaria específica para la práctica del toreo, compuesta por una chaquetilla, un calzón corto y una faja que, desde su adopción, fueron perfilando las líneas del actual traje de luces. Buen conocedor de la importancia que tenían los lances de capa a la hora de descubrir el comportamiento de las reses, fue "Costillares" el creador de algunos pases tan bellos como la verónica. Contemporáneo del anterior fue el rondeño Pedro Romero, considerado por muchos como el torero más grande de todos los tiempos. El clasicismo de su estilo, la variada elegancia de su repertorio y la pureza y seriedad que exigía dentro de los cosos fueron trazando el perfil de lo que se conocería después como la Escuela Rondeña, opuesta desde sus orígenes a la movilidad colorida, más innovadora y barroca, de la Escuela Sevillana. El tercero en discordia de esta terna de grandes figuras del toreo barroco fue el sevillano José Delgado Guerra, "Pepe-Hillo", quizás el primero que arrastró el fervor del público fuera de los muros de las plazas de toros, para convertirse en un fenómeno de notoriedad social difícil de equiparar a cualquier otro personaje de su tiempo. Su ejecución de las variadísimas suertes que dominaba quedo plasmado en uno de los primeros tratados sobre el toreo a pie. Su muerte en la plaza de Madrid en 1801 supuso una conmoción nacional y el punto final de la tauromaquia barroca.