jueves, 14 de marzo de 2024

BARROCO SEVILLANO : SANTA MARIA LA BLANCA

 


NO PUDE ASISTIR POR ATENDER A MI NIETA MARÍA 

Jueves 14-3-24 (VISITA) SANTA MARIA LA BLANCA La sociedad eclesiástica en la Sevilla del barroco desempeña un papel muy diferente al que ha venido jugando desde la desamortización de 1835, cuando el Estado asume unas competencias que hasta entonces habían recaído en la iglesia. Para empezar era diferente su volumen, entre un 10 y un 12 % del total de censados, cuando hoy no llega al 0,1 %; para seguir por su importancia económica, sirva a este respecto el dato que refiere que entre el 40 y el 50 % de los inmuebles de la ciudad pertenecía a este estamento (sólo la catedral era titular del 25 % del total); y para terminar por su función social, pues no sólo brindaban asistencia espiritual sino que también ordenaban y regulaban los censos, matrimonios, determinados gremios, delitos específicos (contaban con tribunales propios), la beneficencia, la asistencia médica y, ocasionalmente, la distribución de productos básicos. La distinción, hoy para nosotros tan clara, de lo civil y lo eclesiástico, no existía para aquella sociedad. La iglesia tenía también sus propias clases. Primero hay que diferenciar entre el clero secular, es decir, la propia jerarquía eclesiástica, y el clero regular, que pertenecía a alguna orden religiosa. En este sentido hay que decir que a mediados del seiscientos los primeros controlaban la catedral, dos iglesias colegiales y 28 parroquias, mientras que los segundos regentaban 42 conventos masculinos y 28 femeninos. En la cúspide del estamento se alzaba el arzobispo, que recibía y disponía a propia voluntad del 50 % de las rentas de la catedral, que a mediados del XVII superaban los 120000 ducados anuales (no eran éstas todas las rentas de la iglesia, sino sólo las catedralicias). Parte de ese porcentaje arzobispal iba a parar a la corona como pago por el apoyo a la designación del prelado. Después estaban los canónigos, la aristocracia del clero, imbricados en los poderosos grupos de la nobleza y los mercaderes. Espléndidamente retribuidos, contaban con equipos de presbíteros que gestionaban suculentas capellanías (rentas perpetuas dejadas por devotos para el sostenimiento del culto en ámbitos concretos como capillas, ermitas o similares). Las canonjías sevillanas estaban controladas por familias de la nobleza o del comercio y muchas veces se dejaban en herencia a “sobrinos”, sin que esto extrañase lo más mínimo al sufrido y numeroso estamento popular. Los párrocos también contaban con un equipo de capellanes y beneficiados (que recibían rentas concretas, a veces gestionadas por terceros, los llamados vicarios), frecuentemente criticados por su proceder libertino. Además de los citados era frecuente la presencia de clérigos forasteros, a los cuales se exigía a los dos meses de estancia que abandonaran la ciudad si carecían de ingresos fijos. Entre los clérigos regulares primaban los franciscanos, dominicos, mercedarios, carmelitas, trinitarios y jesuitas, todos con varios establecimientos, primando entre éstos la función educativa, aunque sin olvidar la asistencial (era frecuente el reparto de comida, sobre todo en épocas de carestía). Según de qué orden se tratase respondían a la autoridad del arzobispo o directamente ante el Papa. Por último diremos que la riqueza de la iglesia durante este periodo fue una constante, pues no dependía de las fluctuaciones del comercio o de la moneda, ya que la mayoría de sus ingresos eran en especie. Por eso se permitieron gastar enormes sumas en proyectos de mecenazgo artístico, como la iglesia que hoy visitamos, erigida durante una crisis económica en la que incluso la corona redujo drásticamente estas iniciativas. Justino de Neve y Chaves (1625-1685) fue una gran figura de la sociedad sevillana durante la segunda mitad del siglo XVII. Llegó a ser canónigo de la catedral, presidente de las capillas, impulsor de la reconstrucción de Santa María la Blanca, fundador del Hospital de los Venerables, Juez de Cruzada y diputado para las fiestas de la canonización de San Fernando. Fue, asimismo, reorganizador de las hermandades de las Doncellas de la catedral y de la cátedra de San Pedro en Santa María la Blanca. Nació en Sevilla aunque su familia paterna era de origen flamenco. Su contacto con la iglesia de Santa María la Blanca se inició en 1657, cuando ingresa en la hermandad Sacramental, de la que llegó a ser hermano mayor. En 1660 también se inscribió como miembro de la Hermandad del Lavatorio y Ntra. Sra. del Pópulo. Participó de forma decisiva en la construcción del nuevo templo, impulsada por la bula de Alejandro VII que liberaba el culto a la Inmaculada en los reinos hispánicos. Fue amigo íntimo y albacea testamentario de Murillo.